En mi primer recuerdo, de enero de 1971, Sergio Palma está parado en la puerta de mi casa con las manos chorreantes de helados derretidos. En mi último recuerdo lo veo sobre un estrado en la Feria de Libro de 2011, justamente, presentando un libro. En ambos casos sucede exactamente lo mismo: él agradece.

En el medio, sucedió en innumerables ocasiones. A fines de los ‘80, en un pasillo del diario La Razón, donde yo trabajaba. Otra vez en la calle. Lo hizo en infinidad de entrevistas de radio y TV al contar su historia. Memorable fue una larga entrevista con Hugo Guerrero Marthineitz, en la que cantó y leyó sus poesías.

¿Qué agradecía? Hacia fines de 1970, no recuerdo si Nochebuena o Año Nuevo, Sergio se cortó el tendón de Aquiles al pisar un culo de botella. Su pie apenas colgaba, literalmente. No se cómo lograron avisarnos, pero mi mamá, Lydia, lo fue a buscar en el auto, lo cargó, lo llevó al Hospital de Quilmes, y hasta sopapeó a un médico que demoraba en atenderlo. Era una mujer con polenta que solía enojarse un poco con la injusticia.

Vinieron a mi casa porque allí trabajaba Doña Luisa, la mamá de Sergio. Por años, Doña Luisa me esperaba a la llegada de la escuela con el almuerzo servido y la tele prendida para ver Los Tres Chiflados. Yo vestía lo que ella lavaba y planchaba, y comía lo que ella cocinaba; algunas veces contaba historias del monte chaqueño, donde los animales salvajes se comían a los niños. Décadas después supe que era cierto: un yaguareté casi se come a Sergio recién nacido. Así fue por años: mis viejos laburaban y yo quedaba a cargo Doña Luisa, la amorosa Doña Luisa.

Por aquel accidente, y por mi mamá Lydia, y por los sopapos medicinales, y por su grandeza humana fue que estaba Sergio parado en la puerta de mi casa, haciendo equilibrio sobre las muletas con un pie enyesado y las manos chorreantes de helados derretidos que nos traía de regalo un tórrido 6 de enero de 1971. Era un pibe de 15 años recién cumplidos que cometía su primer agradecimiento. El primero de tantos.

Mi mamá Lydia murió 18 meses después, y de allí que los agradecimientos de Sergio fueran  mucho más que eso. Para cualquier chico de 11 años, la muerte de los padres es un golpe enorme, un mazazo demoledor que deja huella. Por muchas razones, una de ellas es que no llegaste a conocerlos, no sabés quienes eran. En su agradecimiento persistente, Sergio me habló más de mi mamá que todo relato familiar: me dio una línea, trazó una identidad y una idea de ser. Y me hermanaba, porque él agradecía a mi mamá Lydia y yo a la suya, Doña Luisa.

Exactamente 40 años y cinco meses después de los helados, el 6 de mayo de 2011, Sergio subió al estrado de la Fería del Libro junto a Cachito Vigil y Froilán González para presentar la Historia del Deporte Argentino, de Guillermo Blanco, Jorge Búsico y Ariel Scher. Todos inmensos, autores y presentadores. Cuando le tocó hablar, fue directo a la noche del accidente y agradeció a mi mamá Lydia por estar él allí, en esa presentación, cuatro décadas más tarde.

Campeones hay muchos que ganaron muchas peleas. Pero dudo de que alguno que no sea Sergio Víctor Palma le haya ganado a un culo de botella que le destrozó la pierna, a un yaguareté hambriento, a las enfermedades y a los accidentes; a los prejuicios y a las injusticias.

Gracias a vos campeón. Gracias.