El boxeo esta de luto

Walter Vargas despidió con una sentida carta a Sergio Palma

El editor del diario Olé expresó sus condolencias por el fallecimiento de su amigo y compañero desde hace muchos años

Se conoció hoy el fallecimiento del boxeador y excampeón mundial Sergio Víctor Palma a los 65 años, quien estaba internado por un cuadro de coronavirus.

Dolido por la noticia, el editor del diario Olé, Walter Vargas, expresó sus condolencias por la muerte de su amigo y compañero del medio con una sentida carta. A continuación, se puede leer el escrito que Vargas compartió en sus redes sociales:

"SERGIO VÍCTOR PALMA (1-1-1956/ 28-6-2021)
Se fue sin pedir tregua ni clemencia. Ni piedad.
Se fue como vivió: entero en su alegría de perseverar, íntegro en su dolor, fuerte en su debilidad, amador de la lucha sin cuartel, a encontrarse con el amor de su Dios y con el abrazo de Luisa, su enjuta y abismal madre que lo había parido el primer día de 1976 en el corazón de la selva chaqueña. En la Tigra.
Después divino unas cuantas cosas. Quilmeño, Cadete de tintorería, guitarrero y cantor, poeta, soñador a verde chispeante en esos ojazos donde la curiosidad y la pura vida palpitaban y navegaban las aguas mansas del amor.

Cuando nos conocimos él, Sergio, tenía 21 años, y yo 19. 
Nadie dice 'voy a ser amigo de Fulano'. La amistad es un don que nace y ya. Sucede y ya. ¿Te acordás, Sergio? Me brindabas un colchón y un par de mantas en el diminuto cuarto de la casa de la calle Tucumán, a las 5 de la matina lloviera o tronara ibas a hacer footing a Palermo con tu maestro Santos Zacarías y cuando volvías hacías café con leche para los dos y charlábamos de esto y aquello. Boxeo, música, religión, los misterios de la existencia.
Al tiempo te mudaste a la casona de la calle Sarmiento y me invitaste a la travesía. Vaya casa… Embrujada y embrujante.
Se oían voces. Se abrían y se cerraban las puertas. Volaban las frazadas. Arañaban las paredes. Je. El negrito Santiago Portillo (tremendo pichón de welter) era capaz de pelearse con cinco tipos en una emboscada, pero una madrugada no resistió tanta fantasmagoría y huyó despavorido sin llevarse la ropa.
Yo me quedé hasta donde pude y sentí que debía estar.En esa casa, en tu vida, en las tertulias del Hotel Presidente. 

Hubo un momento en el que ya eras uno de los dos tipos de 55 kilos más fuertes del planeta. Wilfredo Gómez y vos. Pero en el barrio de Las Monjas, en Santurce, a Wilfredo el pan le había faltado poco y en cambio a vos te había faltado mucho. 'Fui un niño desnutrido', me confesaste un día. 'Si no, tal vez habría sido pluma, liviano junior, andá a saber'.
Pero fuiste un supergallo colosal. Un torbellino de piñas y deseo. Viceversa. El más grande guerrero de la corta distancia que haya dado la argentina en unas cuantas décadas. El campeón del mundo que dio la talla con otros tremendos catedráticos del ensogado como Cardona, como Cruz, como Luján, como el táilandés ese Muangroi-et, que parecía un agonista mongol salido de una película de aventuras.

También hubo otras distancias. La mía. La nube de "amigos del campeón" que te envolvió me sugirió que mi cercanía ya no era un buen lugar para nadie. Seguí queriéndote desde lejos, cuando se quiere, cuando se elige querer sin reproche, cuando se intenta querer buenamente, sin condicionamientos. (Breves interregnos, eso sí, para un par de las notas periodísticas más coloquiales e intimistas que hice en 43 años de oficio. Para la Revista Estadio). 

Unos cuantos años después, cuando nos reencontramos, canosos los dos, la calidez del abrazo estaba intacta. Edité algunas de tus sabrosas columnas que escribiste para Olé. Después vino el ACV, el cáncer del riñón (las visitas al Hospital de Clínicas), el Parkinson, esa decadencia física que jamás logró estar un centímetro por encima de tu grandeza de irreconciliable creyente y dador de vitamina al mero florecer de la vida.

Cuando te entrevisté para Télam en febrero de este año, entre balbuceo y balbuceo me dijiste 'he roto mis lazos con el periodismo. Pero vos sos mi amigo. Ahora te respondo con cierta lucidez. La próxima, no sé'.
Y no hubo próxima entrevista. Sí hubo intermediaciones con tu fiel Orieta. 'Dice que te diga que te quiere'. Y respondía yo: 'lo quiero y lo querré cuando un día nos encontremos del otro lado de las cosas'.

Te adelantaste, negrito. Ya sé que estoy autorizado a contar que tiré guantes con un campeón del mundo. En la terraza de la casa de la calle Paula Albarracín, en el barrio El Dorado, ¿te acordás? ¡Qué largos son tres minutos arriba de un ring, Sergio de mi corazón! (Te defendías, nomás, hasta que tiraste un jab y quedé dando vueltas como un trompo. Tu vieja se asustó y nosotros nos moríamos de risa.)

Qué larga será la eternidad, Sergio Víctor Palma, gladiador y juglar del Chaco profundo. Hombre humano, demasiado humano, con sus noblezas y los lados oscuros de su luna, como cualquier hijo de vecino.  
Qué largo el tiempo de llorarte y qué largo el anhelar el momento del milagro perfecto: qué el espíritu, o la piel, o el no sé qué alado, lo qué carajo sea, nos brinde otra oportunidad más allá del tiempo, del espacio y de las buenas razones de los analfabetos del alma.

Entretanto, te amo y te amaré Sergio Palma: amigo del alma. Por siempre jamás. Y que me perdone Mario Benedetti por parafrasearlo. Lloro estos océanos sobre la PC, aunque no quede bien que la tinta se corra".

Walter Vargas.

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